Cuando te miro en la falda de Montjuïc sentada,
me parece verte en los brazos del gigantesco Alcides
que por proteger a la hija de su costado nacida
transformándose en sierra se hubiese quedado aquí.
Y al ver que siempre sacas rocas de sus montañas
para tu caserío, que crece cual árbol en sazón,
parece que le diga a las olas y al cielo y a las montañas:
¡Miradla; carne de mi carne, y ya tan mayor!
Para que tus naves, que vuelven con alas de golondrina,
hacia el Cap-del-Riu, a la sombra no vayan a encallar,
él levanta todas las noches un faro con su mano derecha
y por guiarlas entra andando en el mar.
El mar duerme a tus plantas besándolas cual vasalla
que escucha de tus labios el código de sus leyes;
y si dices «¡atrás!», hace sitio a tu muralla
como si Marquets y Llances aún fuesen sus reyes.
Al nacer amazona, de murallas te coronaste.
Mas pronto tu crecimiento rompió el estrecho
tres veces te lo ceñiste, tres veces 10 rompiste,
saltando por encima del recinto de piedra cual un león.
¿Por qué atarte los brazos con ese cinto de torres?
No cuadra a una matrona la faja de los niños;
es mejor que las derribes de un manotazo, y las borres.
¿Ciclópeas murallas quieres? Dios te las da mejores.
Dios te las da de una hilera de cimas que te coronan,
gigantes de la marina de los de montaña al pie,
de firmes de uno en otro las ásperas manos se dan,
formando a tus espaldas un nuevo Pirineo.
Con Montealegre encaja Nou-pins; con Finestrelles,
Olorde; con Collserola, Carmel y Guinardons;
los lechos de los ríos que siegan ese muro son las puertas;
Garraf, Sant Pere Martir y Mongat, los torreones.
El alto Tibidabo, roble que a sus plantones domina,
es la soberbia acrópolis que domina a la ciudad;
el agudo Montcada, un hierro de lanza gigantesca
que una estirpe de héroes allí clavada dejó.
Sean ellos los eternos términos de tus ensanches;
los ruinosos muros ofrécelos, a pedazos, al mar,
en donde de un puerto sin medida serán los anchos brazos
que puedan un bosque de naves aprisionar.
Como tú, devoran ribazos y campos, y se tornan pue
las alquerías que te rodean, ciudades los caseríos,
como niñas hacia sus madres corriendo a grandes
¿a dónde llevarán sus aguas los ríos, sino al mar?
Y creces y te derramas; cuando la planicie te falta
trepas por las laderas amoldándote a sus vertientes;
en todas las que te rodean un barrio tuyo se esparce
que, ola tras ola, hacia arriba tú vas empujando.
Gigantes que hacia la serranía hoy tus brazos
tiendes, cuando allí llegues mañana, ¿qué harás?
Harás como una inmensa hiedra que, abrigando las tierras,
sube a ceñir un árbol del bosque con cada brazo.
¿Ves extenderse a Poniente un prado de esmeralda?
Otro Nilo lo forma con sus arenas de oro,
donde, si no te basta la falda de Montjuic,
podrían ensancharse tus tiendas y tu corazón.
Aquellas verdes riberas floridas que dora el sol,
Sant Just Desvern, al que sombrean naranjos y pinos,
los bosques de Valldoreix, de Hebron y Valldaura,
tejen tu futura corona de jardines.
¿Y esa bandada de pueblos que viven en la costa?
Son ninfas catalanas que vienen a abrazarte,
blancas gaviotas que el viento del siglo acerca
para que con tus alas de águila las enseñes a volar.
Un día, La Murtra, la Verge del Port, la Bonanova
serán tus templos, si son ahora el nido de tus amores;
los Agudells, mudando en blanco su verde ropaje,
inclinarán sus te~tas para ser tus miradores.
Uncidos querrían besar tus pies con sus olas,
esclavos de tu grandeza, Besòs y Llobregat,
y ser de tus reductos avanzadas troneras
los pechos de Cataluña, Montseny y Montserrat.
Entonces, temiendo entonces que los quieras por cabecera,
volviendo los ojos a los Alpes, el Pirineo vecino
preguntará, secándose la blanca cabellera,
si el París del Sena aquí se trasplantó. (…)
-Adelante, ciudad de los Condes, de río a río extendida ya,
adelante, hasta donde tope tu nave con el Omnipotente;
te arrebataron la corona; mas no el mar;
del mar aún eres reina; tu cetro es un tridente.
El mar, un día de tu poder esclavo, te llama,
cual dos portones abriéndose Suez y Panamá:
cada uno con una India riente te invita,
con Asia, las Américas, la tierra y el océano.
No te arrebataron el mar, ni el llano ni la montaña
que se levanta a tu espalda como un manto,
ni ese cielo que un día fuera mi tienda de campaña,
ni ese sol que un día fuera faro de mi nave;
ni el genio, esa estrella que te guía, ni esas alas,
la industria y el arte, prendas de un bello porvenir,
ni ese dulce aroma de caridad que exhalas,
ni esa fe… ¡y un pueblo que cree no puede morir!
Aún tiene tu cielo todas sus fl0res diamantinas;
sus héroes tiene la patria, sus liras el amor;
aún Clemencia Isaura rosas y englantinas
da cada primavera como presente al trovador.
Tu espléndido presente de nuevos tiempos es aurora;
soñando hojea el libro del pasado;
trabaja, piensa, lucha, mas cree, aguarda y reza.
Quien levanta o hunde los pueblos es Dios, que los creó.
Versión de José Batlló