A batallas de amor, campos de pluma de Jenaro Talens

(a la manera de R. D. Laing)

Ella
No le gustaron nunca los encuentros furtivos,
con jóvenes muchachas de alquiler,
de modo que inventó una amante mecánica.
Podía encenderla y apagarla.
Con ella se sentía relajado y feliz.
Colocaba un espejo sobre el rostro,
y la besaba sin cesar, con furia,
penetrando el abismo de su alteridad.
Su cuerpo era de plástico,
con una piel suave no del todo insincera.
Sólo su voz metálica anunciaba la monotonía.
En noches como ésta solía sonreír
y él la abrazaba con desenvoltura
manteniendo, no obstante, una cierta distancia
para evitar el riesgo de la dependencia.
La había construido con toda precisión
y también él, por tanto, podría destruirla
caso de no cumplir con sus obligaciones
(por ejemplo decirle con ternura
«bienvenido al hogar; heme aquí, tuya soy»,
o anotar las llamadas del teléfono).
Una tarde de marzo, discutiendo con ella,
le rompió el corazón en mil pedazos.
Nunca encontró la pieza de repuesto.
y ahora que ya no está, mira el muro vacío,
los objetos de mimbre que tanto le gustaran,
sus huellas imprecisas sobre el aparador.
Siente un olor difuso, melancólico.

Él
No me gustaron nunca sus encuentros furtivos
con jóvenes muchachas de alquiler,
ni entendí el modo en que trató de amarme.
El poder de apagarme y encenderme
fue levantando un muro entre nosotros,
frágil como la brisa junto al mar.
Nunca fue su mecánica nada importante para mí.
Me colocaba espejos sobre el rostro,
y me besaba sin cesar, con furia,
lanzándome al abismo de su alteridad.
Mi cuerpo era de plástico en sus manos,
y yo sentí mi piel como una sábana
hecha de desencuentros y monotonía.
En noches como ésta solía sonreír
y él me abrazaba con desenvoltura
manteniendo, no obstante, una distancia
para evitar el riesgo de depender de mí.
Me había imaginado con tanta precisión
que también él podría destruirme
caso de no cumplir con mis obligaciones
(por ejemplo decirle con ternura
«bienvenido al hogar; heme aquí, tuya soy»,
o anotar las llamadas del teléfono ).
Una tarde de marzo, (ya he olvidado por qué),
me rompió el corazón en mil pedazos.
Nunca encontró la pieza de repuesto.
y ahora que ya no estoy, me siento frente a él,
lo miro absorta cómo me contempla,
cómo busca mi cuerpo en la pared vacía,
en objetos de mimbre donde nunca estaré,
cómo reconstruye mis huellas sobre el aparador.
Siento un olor difuso, melancólico.

Ella
A tus soledades voy,
de mis soledades vengo.
Como una imagen sin ningún volumen,
sigo las huellas que la noche borra
sobre la arena del desierto.
Para saber el dónde por quien somos
sólo dispongo de este cuerpo.
No soy presencia que te cubre, sé
la paradoja de ofrecer sin pausa
el espesor de un mundo que no tengo.
No eres presencia que me cubra. Mírame:
no ser sino un lugar para el encuentro
no nos hace un nosotros, sólo dice
cómo el camino es largo y tortuoso
y que una primavera nacerá
de las cenizas del invierno.

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