A CESARINA de Carolina Coronado

¡Que teniendo, Cesarina,
en tu hermosísimo rostro
ojos tan claros y bellos
me mires con malos ojos!
¡Que siendo risueño y blando
tu semblante para todos,
doncella, para mí sólo
haya de ser duro y hosco!…
—¿Celos de mí? ¡Virgen Santa!
¿Pues qué amador hay tan loco
que dude que con tu busto
competir no puede otro?
Bajo melena dorada,
sobre cuello delicioso,
con su cutis de azucena,
con su matiz de pimpollo
¿cómo hallar teme rivales
entre mujeres tu rostro
si juzgo que entre los ángeles
no los hallará tampoco?
¿No es por mi faz?… ¿por mi lira?
¡Oh demencia! ¿Te da enojos
un pedazo de madera
con unos bordones toscos
donde canto unos romances
que desoye el mundo todo,
porque una mitad no atiende
y la otra mitad es sordo?
¡Cómo el amor enajena!
¡Cómo los celos son topos
cuando ignoras que esa lira
vale entre los hombres poco!
Siquiera fuese mi canto
dulce, apacible, sonoro;
siquiera tierno y vibrante
alzara sublime tono,
entre escuchar sus conciertos
y mirar tus lindos ojos
no vacilara, alma mía,
el galancete más docto.
Brillante luz es el genio
mas si no tiene un contorno
lucido el fanal que encierra
ese vivo meteoro,
Cesarina, de sus rayos
teme las heridas poco
que aman los hombres al genio…
si el genio tiene tu rostro.

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