A Domingo Martos (mi maestro) de Héctor Urruspuru

La muerte del viejo surrealista se logra con un trazo firme
seguro
una línea gruesa que la divide en formas grises
de sólidas filosofías cubistas
y lo desperdiga luego en cientos de hojas ocres
sobre los Santos Lugares su tierra pequeña
al lado del cielo siena de Saenz Peña.
Se le dice al oído
que su amor está enterrado en ataúd de mimbre
con esencias perfumadas por siempre
y que por él que va hacia ahí
no habrá plañideras ni lunas rojas
ni miradas amarillas
ni juegos de naipes taimados mortales.
La muerte del viejo surrealista
se continuará en la voz de Acosta (de las paganas tierras de Caseros)
que desde la cárcel borracho humillado en azul eléctrico y frío
dirá como aquel: “En cualquier momento, me pájaro y me vuelo…”.
En la fosa más pobre
el viejo surrealista de cuerpo liviano y ramas secas
permitirá que el viento que sustenta a pelícanos negros
pase irisado entre ellas las ramas de oro
se vuelva sonido y sea:
los algodonales y los obreros
las coplas de vinilo
los sonetos de tallada madera
los anocheceres de estatuas de piedra
los poemas en la Rusia esteparia
las ginebras de fuegos blancos
… las ginebras de fuegos blancos
por él servidas
“Lección número uno:”
“para comenzar a entender el camino de las letras…,
lección número uno…”

La muerte del viejo surrealista
(columna dórica en el aire)
torna a las manos del poeta un tanto más solas
lo obliga a brindar con el vacío
lo ubica en una avenida inmensa final y solitaria
en la madrugada naciente la del surgente dolor.

Y de los bares en invierno
nos va llegar su palabra alegre
que dirá: “Señor
somos esencia de elevadas travesías
y nuestros sueños
nuestros sueños naufragan hacia arriba…”.

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