Una rosa de angustias -mar y viento-
y la estrella que gime en tierra oscura;
una secreta herida de ternura
y el camino interior del pensamiento.
Tu nombre fijo, tu divino intento,
la suelta voz que llega, larga y pura;
este compás de sangre, que asegura
tus cantos recogidos en mi acento.
Dulce don invisible para el día
de la flor y la erguida melodía,
con el pájaro leve y la campana.
Lo diste sin saber, pero se advierte
que te sigue, imantado hasta la muerte,
el paso fiel de tu pequeña hermana.
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