I. M. St. Mallarmé
Habría, a la salida del bosque, algún pensamiento virgen. Cierta
sonoridad de plata, o blancura, conseguida, a duras penas, con el
esfuerzo del cuerpo (de M. y los demás). Cierta pena, sobrevivencia
del alma, por el esfuerzo. Y la Luna, que señala los vestigios de la
lucha. También la inclemencia, sobria, de los árboles, blanqueados,
el dorso, por esa Loca de la Casa, allá en lo alto. Cierta sonoridad
de plata, o romántico murmullo, al final, apenas inteligible, el pobre.
Y el cuerpo, un viva por el cuerpo, se lo merece.
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