1
Veo una corneja que brilla sobre la rama de un abeto
mientras pienso en tu apellido (oh Franz Kafka) y medito:
a) en tu familia sin dinero
b) en la empresa del cuervo
hacia el negocio
c) en los alambres de tus cejas muertas
d) en tu semblante enfermo taciturno
e) en tu cara de ave que me observa
delante de un espejo
f) en tu nariz acaso el pico hundido
bajo la carne que destruye la vida.
2
¿Cuánta distancia existe entre tu muerte de escritor y un jardín
que florece con sus huesos o entre un bello cadáver que se viste
de lino y la palabra indescifrable «corvus»?
¿Cuánto silencio
grumos en papel
libros
textos
rosas portland
escritos
maldiciones de tos en sanatorios
para darnos al fuego sin sentido en misivas de amor
porque ese ha sido, oh corvus monedula, nuestro oficio?
3
Escucho una canción en alemán
es un violín con alas
porque, sabes, yo soy Anne Sophie Mutter que me hablo a mí misma
de unos lagos en los bosques de Viena, del sol que se refleja
en el verano que buscamos, que huye como liebre
salta
sobre las aguas
se diluye como pez en el tiempo.
4
A esa liebre, como dijera Wittgenstein, la busco, la persigo
en mis poemas, pero yo sólo veo la corneja posada entre las ramas
del abeto, aquí, lejos, en Rusia, a miles de kilómetros de Cuba,
a millones de polvos de tus huesos a cenizas de letras
que me arrastran a contemplar la luna tu apellido posado
en ese árbol contra el cielo cubierto por la nieve.
5
Al pronunciar tu nombre como un cuervo, graznar
hacia la noche tu apellido, salen las plumas negras de mi boca,
se clavan como agujas en mis dedos, escribo y sale viento
de mi mano, un aire que sacude las palabras te busco
como un niño que se pierde en un bosque de noche y sólo escucha
la corneja tatuada en el camino la corneja del Cid
(que es la de Pound) el viento de la niebla, sólo un niño
bajo un árbol de noche es un desierto al que llaman Milena,
un nombre sin sentido que no es nombre y vuela salta del suelo
hacia la rama y te pronuncia «Kafka».
6
Doy mi vida por amarte
junto a la chimenea
a orillas de la estufa
de esta noche en Moscú, huyendo de la cárcel, de los hierros,
herido por la voz de la familia que llama por teléfono,
me encuentran siempre triste alguien dijo mi breve dirección:
«está al norte del Volga, al sur del aeropuerto, llegó bien, pero hay hielo
de muerto en su mirada». Y las voces oh Kafka me recuerdan
a ti entre la penumbra redactando tus obras
para darlas con Brod al vano fuego.
7
Entonces la corneja que me mira y yo siento tu voz en su discurso,
familia eres del cuervo y yo contigo arrodillado tiemblo en la cocina
de un mal apartamento aquí, en Moscú. Digo «frambuesa»,
devoro una tostada sin caviar y aparece la rama despejada,
el ave permutó, se ha ido lejos, hacia dentro, como yo de mi tierra,
para siempre, perdido en unas fotos, en flashes de miradas
que separan a un pájaro de otro, una señal maligna
en el camino del hombre hacia su muerte.
8
Puede que un día:
a) quemen tus relatos
b) los tiempos ya no existan
c) se confundan tus padres
d) familiares ya no estampen el sello
de tu ilustre apellido en los paraguas
en membretes correos,
pero tú, Franz Kafka, demonio de los cielos destruidos,
siempre estarás posado en la distancia, aunque a veces los ojos
nos engañen y pensemos que vimos la corneja,
que te vimos a ti
brillar sobre el abeto.