A LOS MUERTOS de Antonio Plaza Llamas

I

¡Salud!… salud, silencio de las tumbas
losas de mármol, muros de granito,
helado viento que en los cráneos zumbas,
Evangelio fatal con tierra escrito.
Muertos, ¡salud!… Dejad las catacumbas,
porque os saluda un canto de maldito,
y humilde besa vuestra fosa helada
quien no cree en nada, y duda de su nada.

II

Combatido de tórridas pasiones
sin brújula bogué por mar ignoto,
me cercaron bramantes aquilones
y negra tempestad fue mi piloto.
Hoy mi vida, sin fe, sin ilusiones,
hierba ludibrio de arrasante noto,
es árida, maldita, sin aroma,
como el campo maldito de Sodoma.

III

Con vosotros yo tengo semejanza:
sombra de muerte oscureció mi frente
murió con mi creencia la esperanza:
cadáver es mi corazón ingente.
Un resto de mi cuerpo aquí descansa,
he muerto, en fin, he muerto moralmeníe,
y os saluda por eso como amigo
el mutilado trovador mendigo.

IV

Me place el panteón. Silencio augusto
reina en torno de él. Calma tranquila
sombra le presta a su recinto adusto.
Y en los recuerdos que la tumba apila
el muerto corazón encuentra gusto;
por eso el lloro que mi seno instila,
lloro que burla el mundo estrafalario,
en los pliegues escondo del sudario.

V

Evoco aquí recuerdos incisivos
que en la tumba del alma están despiertos,
registro de la muerte los archivos
y gozo al encontrar despojos yertos;
que me choca el contacto de los vivos
y me place el contacto de los muertos.
Si pequeños los vivos me parecen,
los muertos no; porque los muertos crecen.

VI

Si quito con la mente las baldosas
que cubren vuestras formas descarnadas,
veo rígidas piernas asquerosas
en simétrica fila colocadas;
veo alacinas de momias pavorosas,
depósito de tumbas enlutadas;
aparador en que la muerte exhibe
sus joyas de gusanos al que vive.

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VII

Tal vez, ¡oh muertos! os causara pena
esta vida fugaz haber dejado:
es la vida, ¡por Dios! buena… ¡muy buena!
nadie en ella se llora desgraciado.
Por fortuna, de vida tan amena
casi todo el camino he transitado,
y ai término, me acerco sin enojo
con mis pasos ridículos de cojo.

VIII

¡Cuán tranquilo es, hermanos, vuestro sueño
esa fúnebre lápida os escuda;
nada os importa de la suerte el ceño,
ni os irrita la fiebre de la duda:
el problema fatal, sin gran empeño,
está resuelto en vuestra fosa muda.
Yo que dudo luchando con la suerte,
a preguntaros vengo: ¿qué es la muerte?

IX

¿Es la muerte principio de la vida?
¿Es la muerte no ser? ¿Es el ocaso?
¿Es el alma una esencia inconocida
que se evapora si se quiebra el vaso?
¿Es nota que a la nada va perdida
si se rompe la tela por acaso?
¿Luz que muere si acaba el combustible?
¿Es eco que se pierde en lo imposible?

X

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XI

Podridos expedientes de gusanos
que formáis el archivo de la nada,
decidme, por piedad, muertos hermanos:
¿hay un cielo tras la órbita sagrada?
¿El infierno fatal de los cristianos
existe para el alma infortunada?
¿Halla el mortal, aliento de Dios mismo,
tras un valle de penas un abismo?

XII

¿De Dios el hombre mendigó la vida?
¿Por qué, si malo es, no lo hizo bueno?
¿Por qué repele de soberbia henchida
la razón a la fe, cuando sin freno
la razón analiza descreída?
¡Qué! ¿La razón del alma es el veneno?
Si la fe y la razón Dios no hizo iguales,
¿por qué no sólo fe dio a los mortales?

XIII

Viene, el hombre a este valle de aflicciones
de la ignorancia envuelto entre la bruma,
y al llegar a la edad de las pasiones,
cuando la duda de su fin le abruma,
tropieza con diversas religiones.
¿Todas revelan la verdad? En suma,
¿se cree hoy lo que ayer? ¿Mentira vana
la fe de hov resultará mañana?

XIV

Si acaso la verdad, ¡oh muertos! mora
en vuestra tumba, de la muerte trono,
vengo a buscar esa verdad ahora;
porque saber, hermanos, ambiciono
si el mortal infeliz que todo ignora
es de Dios la semblanza, o es su mono:
si Dios al partear la nada extrema
sacó al hombre y al fuego que le quema?

XV

Yo dormí de la nada en el regazo;
le plugo a Dios y desperté del sueño:
¿qué fue mi yo, de libertad escaso,
creado para arder como arde un leño?
¿Quién a Dios hizo Dios? —Lo hizo el acaso.
Porque el acaso a mí me hizo pequeño
gusano ¿he de sufrir eternamente,
yo que a la vida desperté inocente?

XVI

¡Muertos! Dejad las hondas sepulturas,
y sin andar y sin mover la planta,
con recta rigidez, sin coyunturas,
con muerto rostro que al cobarde espanta,
venid a mi alredor, momias impuras,
que nada teme el que a las tumbas canta.
Muertos, dejad la fosa tan temida,
y con ayes de muerte dadme vida.

XVII

Vuestro sudario levantar deseo
y mirar los que cubre hondos arcanos;
quiero creer y a mi pesar no creo;
si sois una verdad, restos humanos,
yo busco la verdad, y sólo veo
podredumbre, cenizas y gusanos.
¡Qué! ¿no tenéis de la verdad la clave?
pero, si polvo sois, ¿qué el polvo sabe?

. . . . . . . . . . .
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XVIII

Nada es el hombre. De la nada llega
y a la nada se va. Su desgraciada
vida, es la nada y en la nada brega.
Delirio es su razón, su ciencia nada;
su ser es polvo con que el hado juega;
su ridícula momia está formada
de carne y nervios y de sangre impura;
su alma es lascivia, su ambición locura.

XIX

¿Conque nada soy yo? ¿El ser que aliento
es sombra que en la sombra se desliza?
¿Puño de tierra que dispersa el viento?
¿Engañoso fantasma de ceniza?
¿Burbuja de jabón que en un momento
desbarata al cruzar leve la brisa?…
No quiero a ese futuro resignarme,
quiero, antes que ser nada, condenarme.

XX

Yo no quiero morir. Quiero un destino
eterno, como Dios que me ha formado:
yo siento un alma en mí, soplo divino,
soplo inmortal, porque el Señor lo ha dado
quiero, al dejar mi terrenal camino,
ir al mundo imposible que he soñado;
quiero la fe que el corazón desea,
no quiero duda ya. ¡Maldita sea!

XXI

¿Por qué, insensato, mi razón se agita
de necia duda en el inmundo cieno?
Si busco la verdad, ella fue escrita
con la sangre del mártir Nazareno.
Del réprobo la tumba está maldita,
y la tumba temida es para el bueno
un espléndido faro de esperanza,
un génesis de eterna bienandanza.

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