He aquí el mío,
vientre sin luz donde no vive nada.
He aquí la mañana
de otoño, con ordenadas nieblas sobre
el Ulla, en tristísima Tierra de Bea.
He aquí a los camaradas
perdiendo una batalla cada día
y ganando el futuro y el fulgor
en los ojos y en las quijadas de metal.
He aquí al amigo
presente como los montes nativos coronados
de miedo.
He aquí las manos suyas
perdidas en el incansable dibujo de letras
como pequeños estandartes
en el destino nacional de piedra.
He aquí sus ojos
de terciopelo rural y deteniendo
el proceso de lo ruin; un conjuro
vegetativo, lento
como el pasar del Miño, cosa nuestra.
He aquí su presencia
terrenal, a través
de procesiones horribles de días como lobos
proclamando dinamita oculta
como quien silba.
He aquí al poeta
hermano, innecesariamente evocado en otoño
porque hace mil años
que nacimos juntos en la cuna de piedra de nuestro idioma
y convivimos agrios.
He aquí su tierra
llana, como pecho tras el que combate un corazón
de pan y de amapolas y de avispas
en aquellos veranos lúcidos.
He aquí a su esposa
en la que quizás siembra palabras o estremecimientos
húmedos en el proceso del amor
que nunca acaba.
He aquí nuestra causa,
comunal como un monte o una playa,
que algunas veces se nos pone entre los dientes
y sólo podemos pedir patria o clase
sometida, hermano, sometida.
He aquí el granito
de su canto popular y limpio
y la bandera roja que nos viste
conjuntamente, preludio del sudario.