Eres como una joven
una blanca gallina.
Se le ahuecan las plumas
al viento, el cuello inclina
para beber, rasca en la tierra;
pero al andar tiene el lento
paso tuyo de reina,
va marcando la hierba,
opulenta y soberbia.
Ella es mejor que el macho.
Ella es como todas
las hembras de todos
los serenos animales
que acercan a Dios.
Así, si mi mirada o si mi juicio
no me engañan, tu igual está entre ellas
y no en otra mujer.
Cuando la noche duerme,
las polluelas
producen voces que recuerdan esas
dulcísimas con las que de tus penas
te quejas, sin saber
que tu voz tiene la misma suave y triste
música del gallinero.
Eres como una grávida
ternera,
libre todavía y sin
pesadumbre, incluso alegre;
si la acaricias, el cuello
vuelve, donde un rosa
tierno tiñe su carne.
Si la encuentras y mugir
la oyes, es tan quejoso
ese sonido, que hierba
arrancas para hacerle un don.
Es así como te ofrezco
mi don cuando eres triste.
Eres como una perra
buena, que tiene siempre
tanta dulzura en los ojos
y crueldad en el alma.
A tus pies, una santa,
parece que arde
en un indomable fervor,
y así te contempla
como a su Dios y Señor.
Cuando en casa o por la calle
te sigue, a quien sólo intente
acercársete, los dientes
cándidos le enseña
y entonces su amor sufre
de celos.
Eres como la pávida
coneja. Dentro de la estrecha
jaula, al verte se levanta
rígida,
y hacia ti sus orejas
altas y firmes extiende;
si las sobras y los rábanos
le llevas, sobre ellos
se acurruca y busca
los ángulos oscuros.
¿Quién podría ese alimento
arrebatarle? ¿Quién, el pelo
que se arranca del dorso
para añadirlo al nido
donde ha de parir?
¿Quién hacerte sufrir?
Eres como la golondrina
que vuelve en primavera.
Pero en el otoño parte;
y tú no tienes este arte.
Tú tienes esto de la golondrina:
ademanes ligeros;
esto que a mí, que me sentía y era
viejo, me anunciaba otra primavera.
Eres como la prudente
hormiga. De ella, cuando
salen al campo,
habla la abuela al niño
que la acompaña.
Y también en la abeja
te encuentro, y en todas
las hembras de todos
los serenos animales
que acercan a Dios;
y en ninguna otra mujer.
Versión de Jesús López Pacheco