En celebridad de su coronación
Allá en la edad florida
de mi niñez serena,
cuando las leves horas de mi vida
resbalaban en calma,
y no ahuyentaba la ambición ardiente
las doradas imágenes del alma;
mi buen padre, en aquella
tierna y dichosa edad, me refería
la página más bella
que hay en la historia de la patria mía.
Contóme cómo un día
de eterno luto y duelo,
vino desde las márgenes del Sena
a posarse orgullosa en nuestro suelo
la águila altiva de Austerliz y Jena;
cómo, en vibrante cólera encendido
el pueblo castellano,
combatió contra el genio y la fortuna;
y al escuchar tan peregrina historia,
bendije a Dios, que colocó mi cuna
en donde crece el lauro de la gloria.
Pobre niño inocente,
«¿quién, pregunté a mi padre, animar pudo
vuestro brazo nervudo?
¿Qué genio prepotente
despertó vuestro espíritu valiente?
¿Qué voz agitadora y soberana
mantuvo en vuestros pechos la energía?»
Y mi padre llorando respondía:
«¡la voz del gran QUINTANA!
España en ese acento
palpitaba y gemía;
él era la expresión del sentimiento
de la nación ibera,
el eco fiel de nuestras glorias era.»
. . . . . . . . . . . . . .
Desde entonces te amé, y este cariño
no huyó como las blandas ilusiones
que halagan siempre el corazón del niño.
Por eso hoy que en tu frente
brilla el lauro inmortal, genio profundo,
paréceme que veo
coronado el esfuerzo giganteo
con que el pueblo español asombró al mundo.