I
¿Quién soltó de tu pecho la impaciente
paloma musical que en fuego sube?
¿Quién puso en los cristales de la nube
la misma luz que cae de tu frente?
¿En qué silencio de estupor vehemente
te pude descubrir y te retuve?
¿Qué flamígero dardo de querube
marcó el instante con su filo ardiente?
Espacios deslumbrantes, voz ceñida
a las ígneas raíces de la vida
y el ansia de esa voz determinada.
Una irrupción de signos en tu cielo.
Y bajo el arrebato de tu vuelo
yo, Señora, pequeña y hechizada.
II
En la rosa salvada, en su pureza
que sube hasta la luz y en ella habita,
llamo a tu corazón y te doy cita
para hablar de tu blanca fortaleza.
Llevo una mariposa en la cabeza
y otra más deslumbrante me visita.
Soy la que nada sabe… la que agita
su alma y su voz detrás de la belleza.
Mis jardines pequeños, entregados
al duende, al ángel verde… son aliados
de todo lo que vuela y lo que brilla.
¡Cómo no darte a ti, -tan voladora,-
mi ceniza de rosas y esta hora
en que vuelve a ser rosa la semilla!