Pues tú con tanta propiedad desdeñas
ese paje que es todo tu apetito,
miente de cualquier cosa el sobrescrito:
no es frío el hierro, ni ásperas las penas.
Sabe, señora, que una de tus dueñas
(a quien yo algunas veces ejercito)
me hace ver en tus brazos el cabrito
que, como cabra, en tu retrete ordeñas.
Pues yo le vi atreverse a tu camisa
suplir pródigamente ajenas menguas
de tu marido, por tu industria ausente;
y mientras ambos os chupáis las lenguas,
yo, atento al espectáculo, impaciente,
muerdo la mía con envidia y risa.
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