A veces la pensaba como recostada
en un nido salvaje, llevándonos a todos
en tiempos en que el agua era limpia y
corría por las alcantarillas hasta llegar al río.
Fue la última vez que entró a la casa
que le vi las arrugas en reposo
tan cerca como nunca
estiradas y quietas para siempre.
Pero ella siguió siendo un deseo inconcluso
y sus peinetas blancas un camino lejano
a todas las caricias que empezaron
al borde la frente
hasta que a su cabello le cortaron las manos.
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