La soledad, las calles,
tus pupilas. El alba,
vistiéndose de tul, bajo la lluvia
levísima, imprevista,
que arrecia desde el Sur.
Amanece despacio, va encendiéndose
el valle que desciende
de tu mirada al mar.
Porque eres tú la lámpara
que hace arder el paisaje
y asciende por los fustes
densos del resplandor.
Abajo, sin embargo,
queda intacto aquel rumbo
que el viento cercenó.
Si cerramos los ojos,
veremos que este mundo,
el mar y sus rosales,
fueron sólo esa luz.
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