Cada día se abre de par en par
igual que una puerta.
Aquel que ya la ha cruzado
clava sus ojos en otros y vuelve
a sentir el milagro y tomar
parte en la vida.
¿Quién diría, al verlo, que ese hombre
duerme mal en la noche y quisiera dormirse
como la tierra reseca tras jornadas de lluvia?
Nadie, entre aquellos que van y los que vienen,
percibe que ese hombre es adicto.
Adicto a imaginarte en su vigilia.
Adicto a tu voz y tus silencios.
Adicto a tu cercanía y tu distancia.
Adicto al cuerpo que acercas o rehuyes.
Adicto a tu dulzor y tu amargura.
Adicto a tu boca y tu saliva.
Adicto a tu sabor, adicto a tu aroma.
Adicto a ti y a ser adicto.
Y a querer que su adicción no tenga cura.
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