En verdad, se puede decir que no es que a la
persona le suceda un acontecimiento, sino
que al acontecimiento le sucede una persona
Dane Rudhyar, célebre astrólogo
El destino deslinda las aves del alma con sus cuchillos invisibles, ah filo sin sangre en la hoja que saca de sus entrañas.
Afuera de la pila bautismal, ensayamos esta noche un diluvio menor, y así separamos las formas contenidas en el éter; las cortamos, las medimos, les asignamos un color entre blanco y negro. Yo sé que el curso del río no es así, y dejo que la vida alce sus puñales, blandos en la dureza de mis lindes que se calcifican al oírte llamarme reina.
Tempestad de ojos aquel rayo tembloroso. Amor que se torna una tercera persona entre tu mano y el océano celestial, mago que te mira tocarme en la hoguera, prestidigitador que aparece y vierte sobre nosotros una concha de agua bendita. Nuestros labios se acercan como juncos mecidos por ventoleras opuestas.
Un día veremos la película en espiral de los recién muertos y la tiara que los inclina sobre su pasado. Si pudiera elegir qué harapos llevarme a la yacija, no habría más que esa llovizna bajo el incendio de zarza.
Somos tres: tú, el tercero que nace de tus glándulas amatorias, y yo, desnuda entre los manojos de corazones que me ofreces, esperando que tu mirada me nombre tuya hasta la cripta que sólo guardará de nosotros la ceniza y dejará escapar la quinta esencia.
Eros, ¡qué manos le surtes al ojo que ama, Eros, Eros, susúrrame al oído agua bendita.
Despiértame lejos de aquí.