A José Ramón Enríquez
y a Ignacio Solares
Solo, ante el pelotón que lo ejecuta,
Pro se ha puesto a rezar e invoca a Cristo;
no lo alcanza el rencor, duro e imprevisto,
de Calles, ni la befa y la disputa.
Su dolor el via-crucis rememora
cuando bajo las sombras amanece
y a la venganza jacobina ofrece
su cuerpo en cruz, altivo cual la aurora.
A Cristo imita en ese aciago día
en que de pie enfrentado al soberano
hace vivir su fe con su agonía.
Vive al fin la verdad en esa muerte,
y en el cuerpo de Pro que yace inerte
se muere la victoria del tirano.
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