Al dolor del destierro condenados
—la raíz en la tierra que perdimos—
con el dolor humano nos medimos,
que no hay mejor medida, desterrados.
Los metales por años trabajados,
las espigas que puras recogimos,
el amor y hasta el odio que sentimos,
los medimos de nuevo, desbordados.
Medimos el dolor que precipita
al olvido la sangre innecesaria
y que afirma la vida en su cimiento.
Por él nuestra verdad se delimita
contra toda carroña originaria
y el destierro se torna fundamento.
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