Te siento en mí: cuando tu voz potente
saludó retronando en lontananza,
se renovó mi ser; alce la frente
nunca abatida por el hado impío,
y vibrante brotó del pecho mío
un cántico de amor y alabanza.
Te encadenó el Señor en estas playas
cuando, Satán del mundo,
temerario plagiando el infinito,
le quisiste anegar, y en lo profundo
gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.
Tú también te retuerces cual remedo
de la eterna agonía;
también, como al ser mío,
la soledad te cerca y el vacío;
y siempre en in quietud y en amargura,
te acaricia la luz del claro día,
te ven los astros en la noche oscura.
A ti te vi venir, como en locura,
esparcido el cabello de tus ondas
de espuma en el vaivén, como cercada
de invisibles espíritus, llegando
de abismos ignorados y clamando
en acentos humanos que morían,
y el grito y el sollozo confundían.
A mí te vi venir ¡oh mar divino!
y supe contener tanta grandeza,
como tiembla la gota de la lluvia
en la hoja leve del robusto encino.
Eres sublime ¡oh mar! los horizontes
recogiendo las alas fatigadas,
se prosternan ante ti desde los montes.
Prendida de tus hombros la luz bella
forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
se perciben los tumbos de tus ondas,
cual de hermosa en el seno palpitante
los encajes levísimos de espuma.
Si te agitas, arrojas de tu seno
en explosión tremenda las montañas,
y es un remedo de la brisa el trueno,
terrible mar, si gimen tus entrañas.
¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo de tus iras desafía?
Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
retrocedes rugiente,
y del tenaz luchar desesperada,
te precipitas en su negro seno
despedazando tu altanera suerte.
En tanto, al viento horrible,
arrastrando al relámpago y al rayo,
cimbra el espacio, rasga el negro velo
de la tiniebla, se prosterna el mundo
y un siniestro contento se percibe
¡oh mar!, en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo.
Cansada de fatiga, cual si el aura
tierna te prodigara sus caricias,
a su encanto dulcísimo te entregas,
calmas tu enojo, viertes tus sonrisas,
y como niña con las olas juegas
cuando te dan su música las brisas.
Tú eres un ser de vida y de pasiones:
escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
nos sobrecoges de terrible espanto,
embriagas de grandeza y enamoras.
Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
me vi junto de ti, como tocando
el borde del magnifico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
y Dios, me pareció que proclamaban
las olas, repitiendo mi alabanza.
Entonces ¡ay! la juventud hervía
en mi temprano corazón; la suerte,
cual guirnalda de luz, embellecía
la frente horrible de la misma muerte.
Y grande, grande el corazón y abierto
al amor, a la patria y a la gloria,
émulo me sentí de tu grandeza
y mi orgullo me daba la victoria.
Entonces, el celaje que cruzaba
por el espacio con sus alas de oro,
de la patria me hablaba.
Entonces, ¡ay! en la ola que moría
reclinada en la arena sollozando
recordaba el mirar de mi María,
sus lindos ojos y su acento blando.
Si una huérfana rama atravesaba,
juguete de las ondas, cual yo errante,
lejos de su pensil y de su fuente,
la saludaba con mi voz amante,
la consolaba de la patria ausente.
Si el pájaro perdido iba siguiendo
rendido de fatiga mi navío,
¡cuánto sufrir, Dios mío!
su ala se plega, aléjase la nave,
y se esfuerza y se abate y desfallece,
y convulso, arrastrándose en las ondas,
el hijo de los bosques desparece.
En tanto, tus inmensas soledades
la gaviota recorre, desafiando
las fieras tempestades.
Entonces, en la popa, dominando
la inmensa soledad, me parecía
que una voz a lo lejos me llamaba
y acentos misteriosos me decía
y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿De la creación olvido,
te quedaste tus formas esperando,
engendro indescifrable, en agonía
entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo
en tus entrañas refugiaste al caos?
¿O, mágica creación rebelde un día,
provocaste a tu Dios, se alzó tremendo;
sobre tu frente derramó la nada,
y te dejo gimiendo
a tu muro de arena encadenada?
¿O, promesa de bien, en tus cristales
los átomos conservas que algún día,
cuando la tierra muera,
produzcan con encantos celestiales
otra luz, otros seres, otro mundo,
y entonces nuestro suelo
a tus plantas, se llame mar profundo
en que retrate tu grandeza el cielo?
Hoy llegue junto a ti como otro tiempo,
siguiendo, ¡oh, Libertad! tu blanca estela;
hoy llegue junto a ti cuando se hundía
en abismos de horror y anarquía
la linfa de cristal de mi esperanza;
porque eres un poema de grandeza,
porque en ti el huracán sus notas vierte,
luz y vida coronan tu cabeza,
tienes por pedestal tiniebla y muerte.
Nadie muere en la tierra; allí se duerme
de tierna madre en el amante pecho:
velan cipreses nuestro sueño triste,
y riegan flores nuestro triste lecho.
Solitaria una cruz dice al viajero
que pague su tributo
de lágrimas y luto,
en el extenso llano y el sendero.
En ti se muere ¡oh mar! ni la ceniza
le das al viento: en la ola se sepulta
la rica pompa de poblada nave
nada conserva las mortales huellas;
se pierden y en tu seno indiferente
nace la aurora y brillan las estrellas.
A ti me entrego ¡oh mar!, roto navío,
destrozado en las recias tempestades,
sin rumbo, sin timón, siempre anhelante
por el seguro puerto,
encerrado en mi pecho dolorido
las tumbas y el desierto…
Pero humillado no; y en mi fiereza
a ti tendiendo las convulsas manos,
sintiendo en ti de mi alma la grandeza
y ahogando mi tormento,
le pido a Dios la paz de mis hermanos;
y renuevo mi augusto juramento
de mi odio a la traición y a los tiranos.