Mira qué piernas tienes, la lisura de tu cuello.
La vida te ha dejado ser bella todavía.
Aún te queda tiempo para más de una noche,
noches que no son un regalo,
que regalas a los amigos feos,
precoces pero tiernos, o a hombres
que te llamaron guapa y querían
estar contigo a solas una noche
como un verano entero.
Una noche tan sólo, y otra vez sola
tras otra soledad entre las piernas.
Da lo mismo, quizá es un mal comienzo,
saca el álbum, ¿dónde está el mechero?
Princesa de las fotos,
no volverás a contar tu vida a nadie.
Lejanas, irrompibles, testigos implacables
que a cientos de quilómetros del tiempo,
de cuando había risas y un paisaje,
siguen llevándote a las playas, los amigos,
la toalla de un hotel a mediados de noviembre.
Mira ésta, es invierno,
y unas hojas más allá la primavera
de otro año y los niños corriendo la alameda,
¿si nunca ibas a morirte,
qué risa entonces podía imaginarse
que nunca más volverías a ser ésa?
Aquí es verano. Éstas no, que no las vea nadie,
o da lo mismo,
también en esas calles la gente se encierra
con sombras que tampoco fueron suyas.
Ya siempre será así.
Seguirás tomando leche hasta que llegue
la vejez sin paliativos,
no la muerte a la que temes menos,
para dar a tus hijas una herencia de fotos que mostrar
a sus novios, a sus amigos nuevos
(por cierto, estás preciosa de perfil en la del puente),
y entiendan en tus ojos, los suyos,
que perder no es fracasar,
y que la victoria significa
estar sufriendo siempre
para no alcanzar verdad alguna;
que con su poco de amar, todo es vivir
irremediablemente.