En un rincón de tu cuarto hay un caballo sonámbulo que no te dejará dormir con sus mármoles desvelados. Hay una hoja de amianto finísima que busca colocación entre la pared y tu alma. Entre hielos, hermosa muchacha, no mires, no te muevas, no constates: ni el amor que reclama su parte recíproca imperiosa, ni la situación de urgencia blanca de tu cuerpo aprisionado por un fuego del cual no puedo fijar la procedencia, porque ha nacido justamente del espacio que media entre yo y tú, entre tu presencia y mi destemplado deseo que se agita como una lengua, en este recinto, como en un abismo,
Por lo demás, no creo que te cieguen tus propios delirios o tu transparencia que deja sospechar más de lo existente. No te muevas, no percibas, no conozcas. Mujer, fosforescencia querida, ¿podrás dormir?