Opaca carne, diaria chispa, ven en la hora de la muerte.
Devórame sin paz donde del éxtasis la brava lengua
se entreduerma gigante e inalcanzable. Sangre que arremete,
asalta el molino de voces que aprieta mis mudas venas
para rezumar el licor de la fragancia que perece.
Carne anonadada, furtiva combustión de madreselvas,
hoguera lenta del asombro, de la ociosa arquitectura:
déjame beber en tus hechizos los signos de la luna.
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