Soliloquio del amor en su espejo doble de pupilas.
Ella es la tierra tejida en rúbrica espiral de raíces.
Él es el viento y sus inacabables potros de conquista.
Mueve el follaje de sus manos el chisporrotear de estirpes
aún dormitantes en la bronca sed de sus propias semillas.
Los espectros amantes son estatuas que el mar no distingue.
Su beso es sucesión de un sueño rodado en líneas de arena,
una playa donde Dios olvidó sus húmedas siluetas.
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