La barbera cocina bellísimo,
prepara unos aviones sin destino,
sabe que el piloto desprovisto de razón
sueña con sus universales guisos.
Ella, madrugadora cascada tropical,
busca sitio para acomodar su cabeza
en el pecho giratorio del planeta
de corazón perdido en la montaña.
Le confieso mi amor a lo pájaro
y palpo su espalda coronada de azahares,
su mandíbula contraminada al cielo.
No sé qué haría sin sus tijeras y peines,
a la altura del ronco milenio
disputado por ‘hombres nuevos’ y musas feministas.
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