En el pico de un banco está sentada.
No quiere molestar. No mira al frente.
No la turban los ruidos ni la gente.
La tela que la cubre está gastada.
Es blanca su cabeza mal peinada.
Veo de su perfil sólo un pendiente,
y un zapato sin brillo, indiferente
a la media tupida y descolgada.
Esta mujer de pena y de polilla,
en silencio por cuanto la atropella,
no ve cómo se acercan los gorriones.
Da su espalda a la Diosa de la Villa,
al Palacio de Comunicaciones,
donde nunca habrá carta para ella.
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