Allí, en aquel antro oscuro,
que pronto dejará de estar de moda,
en la mesa vecina él lo besaba.
Con qué placer y con qué exaltación
él lo besaba.
Los ojos incendiados, y la urgencia
de los besos aquellos, aquellas contorsiones
de un cuerpo que se vuelca.
La fiebre de la carne y la sed de los labios.
Todo en él me causó admiración.
Y el placer otorgaba
otro sentido nuevo al antro oscuro.
Nosotros, en la mesa vecina, hablamos del Amor,
y los antiguos héroes, alegres.
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