Acre sabor de las tardes
en que fuimos
bizarramente cobardes.
Primer amor… ¿la quisimos?…
Tiempo de ensueños opimos
y de alardes.
Tiempo de aplicar el llanto
como lubricante, así
como el aceite del ajonjolí
a las muchachas pálidas de espanto,
al patriotismo, al arte, al desencanto
exacerbados hasta el frenesí.
Cansancio de haber nacido
cuando ya todo está hecho,
dicho, mirado y oído;
la semilla en el barbecho
y el sentimiento raído
que lleva el hombre en el pecho.
Cansancio de todas esas
cosas:
de las lunas, los azules y las rosas
y de las blondas cabezas.
Hondo anhelo de asperezas
ominosas.
Cansancio de haber nacido
en este
gran siglo empequeñecido,
sin pasión torva o celeste.
Cueste, oh Dios, lo que cueste
mártir mejor, o bandido.
Vivir con la vista fija
en algo
que fijeza rauda exija:
la locura de un hidalgo,
la reputación de una hija
o la carrera de un galgo.
Vivir consagrado a una
gran pasión;
no caer en tentación,
pintar de verde la luna,
desbancar a la fortuna
o querer sin corazón.
Quisiera yo que siquiera
al final
el arduo camino fuera
para bien o para mal,
árbol no de ciencia artera,
sí, pecado original.