Recuerdo muy bien aquella lengua.
Aquella suavidad, aquella forma dulce
y delicada de acariciar la verga, de acunarla.
Amaba mucho aquella gracia suya,
aquellos labios diestros y carnales,
sonrientes.
Al cabo de los años, he olvidado los ojos,
los senos, los tobillos, aquel cuerpo
de belleza común. Fueron pasto del tiempo.
Pero recuerdo bien aquella lengua.
Mi memoria resulta agradecida.
Un proverbio latino nos habla de estas cosas.
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