Como ofrenda del trigo aventurada
para dar su pasión a la marina
avanzabas, esbelta y matutina,
de oro gentil vestida y coronada.
Mediodía del sol, tierra postrada
con niebla de estupor, siesta salina;
y agosto en ti, con la sazón divina
de una torre solar, libre y pausada.
Espada fresca, el aire de tu paso,
calmaba la aridez mientras ardía
sosteniendo los cielos, milagrosa.
Sólo mi corazón era el ocaso;
mi alma detrás, la noche sólo mía,
para sólo tu lumbre victoriosa.
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