Esa mujer que ves ahí
no tiene nada.
Sus manos no saben de anillos
pero anidan mariposas,
no tiene más adorno sobre su pecho
que dos enhiestas esmeraldas,
ni más vestido que la cubra
que las huellas que un amante le dejara.
Esa mujer que ves ahí
anda desde siempre pie descalza
y no tiene pasaporte,
ni cédula, ni esperanza,
pero le sobran caminos,
tierras profundas y lejanas,
y aunque no tiene nombre
los pájaros la llaman.
Esa mujer que ves ahí
no tiene casa…
y para cama le basta una sonrisa,
se asoma al mundo
por su única ventana
que le confirma que está viva.
Esa mujer que ves ahí
no tiene nada,
más que un gran amor en la distancia
por el que le brotan mil luceros en el vientre,
por el que se viste de luz,
por el que calla,
por el que las nubes se le incendian,
por el que las noches no se acaban.
Esa mujer que ves ahí
a veces ni siquiera sabe si en verdad existe
y entonces se convierte en frágil hierba,
o en ráfaga de viento que asustada
corre a refugiarse en tu palabra.
Autobiografía de Aída Elena Párraga
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