¡Oh, lejanas memorias de la tierra lejana,
olorosas a yerbas frescas por la mañana!
¡Tierra de maizales húmedos y sonoros
donde cantan del viento los invisibles coros,
cuando deshoja el sol la rosa de sus oros,
en la cima del monte que estremecen los toros!
¡Oh, los hondos caminos con cruces y consejas,
por donde atardecido van tranqueando las viejas,
cargadas con la leña robada en los pinares,
la leña que de noche ha de alumbrar en los llares,
mientras cuenta una voz los cuentos seculares,
y a lo lejos los perros ladran en los pajares!
¡Oh, tierra de la fabla antigua, hija de Roma,
que tiene campesinos arrullos de paloma!
El lago de mi alma, yo lo siento ondular
como la seda verde de un naciente linar,
cuando tú pasas, vieja alma de mi lugar,
en la música de algún viejo cantar.
¡Oh, tierra, pobre abuela olvidada y mendiga,
bésame con tu alma ingenua de cantiga!
Y que aromen mis versos como aquellas manzanas
que otra abuela solía poner en las ventanas,
donde el sol del invierno daba por las mañanas.
¡Oh las viejas abuelas, las memorias lejanas!