Guillaume Apollinaire asume La defensa de la palabra «avión» empleada
por el precursor Ader (1897), pero que había sido olvidada en favor del
término culto: aeroplano. El uso le ha dado la razón.
¿Qué habéis hecho, franceses, con Ader el aéreo?
Una palabra era suya, ahora ya nada.
Aparejó los miembros de la ascesis,
en la lengua francesa entonces sin nombre,
y luego Ader se torna poeta y los llama avión.
Oh pueblo de París, vosotros, Marsella y Lyon;
todos vosotros, ríos y montañas francesas,
habitantes de ciudades y vosotros, gentes del campo…
el instrumento para volar se llama avión.
Dulce palabra que habría encantado a Villon;
los poetas venideros la pondrán en sus rimas.
No, tus alas, Ader, no eran anónimas
cuando llegó el gramático a dominarlas,
a fraguar una palabra erudita sin nada de aéreo
donde el pesado hiato y el asno que le acompaña (aeropl -ane)
componen una palabra larga, como un vocablo de Alemania.
Se requería el murmullo y la voz de Ariel
para denominar el instrumento que nos lleva al cielo.
El quejido de la brisa, un pájaro en el espacio,
y es una palabra francesa que pasa por nuestras bocas.
¡El avión! Que suba el avión por los aires,
que planee sobre los montes, que atraviese los mares
y aún más lejos se pierda.
Que trace en el éter un eterno surco,
pero guardémosle el nombre suave de avión,
pues de ese mágico mote sus cinco letras hábiles
tuvieron la fuerza de abrir los cielos móviles.
¿Qué habéis hecho, franceses, con Ader el aéreo?
Una palabra era suya, ahora ya nada.
(Extraído de un grupo de cinco poemas inéditos
publicados en el volumen Apollinaire, Colección
«Les poétes d’aujourd’hui», Ed. Pierre Seghers).