Hay que salvar la nave,
su tripulación,
el cargamento.
Sálvala tú que sabes el oficio,
que puedes tranquilizar el desorden
de las máquinas y el fragor de las olas
con el simple roce de tus dedos,
con el bálsamo de una sonrisa.
No permitas que naufrague
este terco barco a la deriva.
Ofrécele al final tu puerto,
condúcelo
a su muelle húmedo,
y verás cómo se aquieta
este incendio voraz
que me consume.
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