Abrumador ejército de lanceros embiste
satánica belleza en ajustado cuero.
Los potros se encabritan por su cintura ígnea,
por sus ojos de turbios y anhelantes rubíes,
por sus labios –venero de besos criminales–.
El gímnico celeste afila sus estrellas.
Y, en la tiniebla, grita la pasión de los hierros.
Los hijos de la noche destruyan el poemario.
Jamás haya otra lumbre que el hipnótico espejo
líquido de la pátera
del infernal doncel.
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