¡Qué lindos eran, qué lindos
de mi juventud los sueños!
¡qué ilusiones tan brillantes
brotaron en mi cerebro,
como brotan las estrellas
en la bóveda del cielo!
¡Cuánto el alma deliraba,
tesoros de amor vertiendo,
como la rosa que vierte
rico aroma con su aliento!
Mas ¡ayl que negra tristura
sembró el desengaño acerbo;
porque vi que los amigos
son alciones que su vuelo
levantan, cuando presienten
que va a cambiar el buen tiempo;
y encontré que las beldades
son manzanas del mar muerto:
hermosísimas por fuera
y muy amargas por dentro.
No siento las ilusiones;
lo que únicamente siento
es que al delirar tenía
negro, negro mi cabello,
y el corazón blanco, blanco.
Hoy que no deliro, tengo
la cabeza blanca, blanca,
el corazón negro, negro.
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