Busquen las gentes fiestas con alegría,
alabando a Dios, entremezclando deportes;
que plazas, calles y deleitosos jardines
se llenen con los relatos de grandes gestas;
y vaya yo los sepulcros buscando,
interrogando a las almas condenadas,
que me responderán, pues no están acompañadas
sino por mí en su perenne lamento.
Cada cual busca y quiere a su semejante;
por esto no me agrada el trato con los vivos.
Al imaginar mi estado, se tornan esquivos;
como de hombre muerto, de mí toman espanto.
El rey ciprio, prisionero de un hereje,
no es a mis ojos desventurado,
pues lo que quiero jamás será logrado;
de mi deseo médico alguno podrá curarme.
Como Prometeo, a quien el águila come el hígado
y siempre brota de nuevo la carne,
y jamás termina el pájaro de devorar;
más fuerte dolor que éste me tiene asediado,
pues un gusano me roe el pensamiento,
otro el corazón, y de roer no cesan,
y su trabajo no podrá interrumpirse
sino con aquello que es imposible de lograr.
Y si la muerte no me infiriese la ofensa
-alejándome de tan placentera visión-,
no le agradecería que vista de tierra
mi desnudo cuerpo, quien no piensa perder
el placer, pues tan sólo imagina
que mis deseos no pueden cumplirse;
y si mi postrera hora ha llegado,
término tendrá también el bien amar.
Y si en el cielo me quiere Dios albergar,
amén de verle, para cumplir mi deseo
será preciso que allá me sea dicho
que mi muerte vos tenéis a bien llorar,
arrepintiéndoos de que por vuestra poca merced
muriese un inocente, mártir por amaros:
pues el cuerpo del alma separaría
si en verdad creyese que de ello os doleríais.
Lirio entre cardos, vos sabéis y yo sé
que bien puede morirse por amor;
si creéis que en tal dolor me hallo,
no os excederéis, poniendo en ello plena fe.
Versión de José Batlló