Se adivinaba la estación oculta
en la ansiedad de la nocturna lluvia,
en el vaivén celeste de las nubes
como ligeras cunas ondulantes…
Había muerto YO.
Una ciudad suspensa entre los aires
era mi exilio último;
en derredor sentía la llamada
de süaves mujeres de otros días;
la Madre a quien los años juvenecen,
tomando la más blanca de las rosas,
con dulce mano la dejó en mis sienes.
Fuera de la ciudad era la noche…
Los astros recorrían
curvas de oro en sus ignotos rumbos;
todas las cosas, vueltas fugitivas,
lleváronme a sus ángulos secretos
para contarme de jardines
de par en par abiertos,
y del sentido exacto de las vidas.
Yo, en tanto, padecía con inmobles
ojos viendo la última sonrisa
de una mujer caída entre las flores.
Versión de Carlos López Narváez