Dormía en el refugio de los débiles,
una cama revuelta
de oscuridades fuertes,
cuando bajó su sueño a sespertarlo.
Puso entonces los pies
en un mundo nevado.
El frío de las ropas por el suelo,
de los amaneceres
y los zapatos viejos.
Como los pedregales de la casa
no esperan el orgullo
de una sombra descalza,
pudo abrir los cerrojos de la puerta,
llegar al campo libre
sin que nadie lo viera.
Y se atrevió a romper con su destino.
Cortó a la luz del día
la flor de los malditos,
soportando la noche del cobarde,
la angustia de los números
y la rabia del ángel.
Buscó la soledad de una arboleda,
y sigue allí, lejano
para sentirse cerca,
vigilante de lunas despedidas,
con la plata del sueño
y el limón del realista.
Añadir un comentario