Hoy te miro lentamente
como un camino al andar.
Te miro y pienso: mañana
caerá la noche en el mar.
Lentamente, poco a poco,
como se empaña el cristal,
te miro y pienso en las cosas
que no se acaban jamás
porque Dios las ha mirado
y no las puede olvidar.
Fundiendo sueño y penumbra
mezclando el agua y el pan,
hoy somos fruto en semilla,
que se desprende al azar
de la mano que hace el siempre,
y el mañana, y el quizá.
Una noche cerraremos
nuestros ojos. Lo demás
es del viento y de la espuma.
Pero el amor vivirá.
Como el hombre que camina
y que el rostro vuelve atrás,
al filo de una montaña
contemplando su honda paz,
mi corazón en el tiempo
sabe que va más allá,
contigo, solo y contigo,
tras de la cumbre al mirar.
A través de ti te veo
como un camino que está
siempre en los pies empezando,
hecho por los pies detrás,
con costumbre y lejanía
que es en los ojos piedad.
Limpia en los párpados tienes
la luz de los ojos, cual
si el corazón desde dentro
se alzara en pie, y al marchar,
como el báculo a la mano,
diera apoyo a tu humildad,
y a tu cansancio hermosura
como el sol al descansar.
Y eres así, lentamente,
como un paisaje al quedar
su historia en los ojos, suave,
desvivida, rota ya
del corazón, pero siempre
con propia luz virginal
dando al recuerdo la forma
perpetuamente fugaz
del destino, y al instante
luz de suprema verdad.
Mientras los valles se cubren
de dudosa claridad,
hoy te contemplo, y mis ojos
trémulos de tiempo están,
dorados en tu belleza,
dulces en tu oscuridad
como en la sombra de un templo
sagradamente mortal.
Tú eres mi luz tenebrosa.
Tú que la mano me das
hacia el origen viviente
de mi misma soledad.
Tú y tu recuerdo. Te miro
lejos ya del manantial,
y bajo el puente la oscura
corriente se ve temblar.