Canción del escriba de pie (4-6) de Saúl Ibargoyen

4

‘Si miramos el desierto
como un cuero de camello
aplastado por la luz
no podremos ver cada partícula
que a cada instante abandona
su grano de arena.
Y el polvo así formándose
con quemados elementos de planetas
de veloces deyecciones
y de tronchadas médulas
llegará sin fatiga
a tocar las garras
de la más inmóvil dueña del miedo.’

No: yo jamás escribí ni pinté
el discurso de ningún viajero
ni mencioné las ruinas imperiales
ni escuché las preguntas
que sólo un rey de pupilas arrancadas
pudo responder.
Dime tú que lavas los pasos
en la espuma triturándose:
¿qué hombre preguntará
con la voz de todos los hombres?
¿qué mujer gritará
contra el destino de su vientre?
¿qué cantor contra el silencio
metido en su canción?
Solamente aceptemos en la noche
las respiraciones congeladas
de una serpiente
que no puede dormir.

5

‘En la espalda del escarabajo
hay oscuras humedades
como pétalos de petróleo florecido.
El rostro del animal se apoya
en una redonda almohada
de cacas en fermentación.
No descansa como un dios
porque no supo o no sabe todavía
o ha olvidado
que debe conducir los movimientos
del visible mundo.
Los ganchos de antenas y brazos
se calientan con el primer amanecer
que la noche postrera extrajo
de sus óvulos de plata marchitándose.
Y la pelota de purificadas inmundicias
empieza a marcar su órbita
entre un hálito polvoriento
que palomas y chacales calcinaron.
Y la bola rueda ajustándose
a los tropiezos de una esfera
de terregales y rocas inmedibles
de humanas griterías y lodo podrido
de imperiales construcciones
y flacos alimentos
de palanganas de alabastro
y ladrillos quebrándose.’

Pero que oiga el que nunca escucha
que lea o adivine
el de los ojos innumerables:
tampoco ahora soy el escriba
el notario el escribiente
el pendolista el amanuense.
Sí puedo palpar el frío
deteniéndose en un corazón
que se contrae
entre cáscaras y élitros negros.
Y los sudores incontados del día
se revuelven entre hierbas
y máquinas y excrementos
preparando otra vez
su regreso de fuego.

6

‘Escucha tú
a quien siempre hemos llamado
tú tan solamente solo
y tan solísima como estás
en cualquier ribera de esta madre
de casi todos los ríos:
agua es sólo
organizándose
que simplemente transcurre dando quietud
a cada pulsación
a cada flujo
a cada advenimiento
a cada latido
a cada golpe
a cada borboteo
a cada vértigo
para que su cuerpo inabrazable viaje
y se aparte del cambiante cauce
o envase o cartucho o vaina
de arrastradas sustancias
que pretenden contenerlo:
Escucha tú que fumas
entre los blancores de la niebla
tú que despliegas tu chilaba
perturbada por las sudoraciones
del día inicial
mientras en los dátiles
enrojece un pellejo amarillo
y otras pieles como sangrando
acaban de oscurecer:
Oye tú que aún no encuentras
una casa sonora
para los ecos de tu boca subjetiva
ni cinco huecos en un tubo de hueso
o de caña o de barro
para que una lengua se disponga a soplar:
Dime tú si hay un tiempo
que respira
desde todo lo lejos
en los trigales muertos.’

Y yo niego otra vez
con gesto de cálamo
o pluma que esconde su escritura
que nada transcribí
de cuantas figuraciones
y objetos y frutas pudieron
ser imaginados.
No soy escriba de nadie
ninguna orden se introdujo en esta mano
ni en mi bolsa el precio
de lo incierto
ni en mi oreja
el mojado susurro de la tentación.
Soy débil con toda mi fuerza
y mis cuartillas y papiros
se agrisan y se agrietan
como las verdades
que no supe escribir.

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