Y me pesó tu dedo
lo mismo que un gran manto
de hierro
que pendiera
de mis desnudos hombros.
Y me pesó tu dedo
cuando me señalaste el corazón -esta mañana-,
mientras el aire,
el aire enrarecido de mi alcoba,
volteaba un sonido:
Canta
Y quise huir. Temí. Me encogí hasta el abismo
de la angustia,
porque pesaba mucho tu palabra:
Canta
Déjame como siempre
volar por la palabra. Libre. Suelta.
Que yo te cantaré como hasta ahora.
Pero no vuelvas a decirme:
Canta
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