Oh cuerpo mío,
oh tempestad de ansia,
oh cuerpo abierto como el mar a todos los influjos del mundo,
lánguido, triste, azotado por los otoños,
solitario bajo la luna de junio,
bajo la luna dormido…
¡Duerme! Oh cuerpo mío, duerme,
oh cuerpo oscuro, semejante al negro cauce de un arroyo en estío,
cuando el aire es un inmenso jazmín diluido
sobre los valles y los prados de la noche.
Oh cuerpo mío,
amorosamente abandonado a la arena de las playas,
allá en la sierra, donde el río con sus olas verdes de pino,
sin cántico ni espuma, ríe y pasa,
duérmete allí; ¿no sientes escurrirse a tu lado con las aguas,
el alma?
¿No sientes -al fin libre-
la gracia poderosa de la encina
y el amor siempre verde de los pinos
infundirse a ti? Di, ¿no sientes
salir de ti el alma tenebrosa que oculta como un velo
ardiente y opaco
cuanto amas, oh cuerpo, cuerpo mío?