¡Borinquen!, nombre al pensamiento grato
como el recuerdo de un amor profundo;
bello jardín de América el ornato,
siendo el jardín América del mundo.
Perla que el mar de entre su concha arranca
al agitar sus ondas placenteras;
garza dormida entre la espuma blanca
del níveo cinturón de tus riberas.
Tú que das a la brisa de los mares
al recibir el beso de su aliento
la garzota gentil de tus palmares;
Qué pareces en medio de la bruma
al que llega a tus playas peregrinas,
una ciudad fantástica de espumas
que formaron jugando las ondinas;
Un jardín encantado
sobre las aguas de la mar que domas;
un búcaro de flores columpiado
entre espuma y coral, perlas y aromas;
Tú, que en las tardes sobre el mar derramas,
con los colores que tu ocaso viste,
otro océano de flotantes llamas;
Tú que me das el aire que respiro
y vida al ritmo que en mi lira brota,
cuando la inspiración en raudo giro
con sus alas flamígeras azota
la frente del cantor, ¡Oye mi acento!
El santo amor que entre mi pecho guardo
te pintará su rústica armonía;
por ti lo lanzo a la región del viento,
tu amor lo dicta al corazón del bardo
y el bardo en él su corazón de envía.
¡Óyelo, patria! El último sonido
será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
partiré a las regiones del olvido.
Mi juventud efímera se merma
y ya en su carcel habitar no quiere
el alma melancólica y enferma.
Antes que llegue mi postrero día
y mi cantar se extinga con mi aliento,
toma ¡Patria!, mi última poesía;
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el adiós que tu cantor te envía!