A Ladislao Gómez Palacio
Un nuevo hogar es huerto florecido
de jazmines, y lirios, y azahares,
entre cuyas alburas estelares
se estremece el amor como un latido.
Surge de cada flor, de cada nido,
un verso del Cantar de los Cantares
y pasan, del Hermón por los pinares,
suspirando los vientos un gemido.
De Galaad por los collados bajan
triscando las ovejas. En las viñas
de Engaddi el zumo los racimos cuajan;
mientras la esposa ve, desde el umbroso
retiro, que atraviesa las campiñas
y se acerca a sus puertas el esposo.
Oh esposa virgen y radiante!, mira:
el amor en sus ojos centellea
y el coro de los sueños le rodea
y a su oído solícito suspira.
A infundirte su alma sólo aspira.
Su cerebro, que es urna de la idea,
cual una forja ignífera chispea.
Canta su corazón como una lira.
¡El coro de los sueños! Los amigos
del esposo, que en júbilo inundados,
de su dicha inmortal serán testigos…
Los recuerdos del niño, los anhelos
viriles que le ascienden, ya encarnados,
en su viaje contigo, hasta los cielos.
Y a ti, joven y fuerte, en los umbrales
del sagrado refugio, jubilosa
te espera amante la rendida esposa
bajo los resplandores otoñales.
Tampoco sola está: las virginales
compañeras, de frente ruborosa,
tienden sobre ella su dosel de rosa
al compás de los cánticos nupciales.
Son las ansias sin fin, las esperanzas,
las ilusiones del amor, venidas
de azules y profundas lontananzas.
Todas alzan un himno al varón fuerte
que ha de llevar dos almas y dos vidas
a través de la vida y de la muerte.