Sí, la noche sostenida en las grandes hojas espesas,
en las lianas que bajan hasta las aguas negras,
como lentas serpientes encantadas por los brujos,
en los brillos que huyen como soplos azules,
dando un temblor fugaz a las ocultas flores,
te dio el secreto antiguo de mi ardorosa tierra.
Tocaste las raíces, las piedras y las frutas,
abrazaste los árboles, corriste por pantanos,
penetraste en las cuevas, heriste el armadillo,
que semeja un cruzado de bruñidas corazas,
perdido en la penumbra de la selva y el río.
Viste las madrugadas de las lluvias calientes
y oíste el murmurar de árboles y animales,
ese reclamo eterno de la tierra en la noche
que a veces llora y grita y ronca en la pantera.
Y viste el estallido de las grandes semillas,
y el nacer de la hoja y el abrir de la flor.
Y hablaste, circundado por venados atónitos:
«¡Ampárame, oh tierra maravillosa!
Yo me estaré contigo adorando tus peñas
que en la penumbra tienen rostros de nuevos dioses.
Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras,
donde el viento de enero destruye niños pobres,
donde el pan ha dejado de ser para los hombres.
Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz.
¡Ampárame, oh tierra maravillosa!»
Canto XV de Vicente Gerbasi
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