Va de mi puño y puño y letra a letra
surgiendo multitud de instantes.
Unas veces soy yo, o es mi sollozo.
Otras veces la estampa de mi padre.
De pronto, en una vuelta del recuerdo,
lunas, pájaros, versos niños, árboles,
hasta que surge acompañando al día
tu paso junto al mío, hacia la tarde.
Pero todo es igual, uno y lo mismo.
El universo se trasfunde y cabe
en el nombre del hombre que yo llevo
y en tu presencia adentro, arriba, al margen.
También lo que sucede y nos sucede.
Y la serenidad que nos invade
cuando ya las pasiones amansaron
en una paz de unción, todo su oleaje.
Es cierto. Estoy cansado. Es justo ahora
que bendiga tu sombra
y que descanse.
También que llore a orillas del olvido
y escuche el golpeteo de mi sangre.
Todo es uno y lo mismo. Tu silencio.
Mi silencio. Tu voz. Mi voz. El aire
que acaricia con mano de nostalgia
toda la historia, amor, de nuestro viaje.
No se cumple el milagro en una espora:
se cumple en nuestro vino y nuestra carne,
y es uno solo el rumbo de los días
desde el vagido hasta el reposo grande.
Y un hombre no es un hombre ni su estirpe,
sino el río, la piedra, el viento, el cauce.
Y sobre todo, amor, el amor mismo
con su secreta población de arcángeles.