Canto XXXI El retrato de una bella mujer esculpido en el monumento sepulcral de la misma de Giacomo Leopardi

Tal fuiste: hoy bajo tierra
polvo, esqueleto eres. Sobre el fango,
inmóvilmente colocado en vano,
mudo, mirando de la edad el vuelo,
está, de la memoria
y del dolor custodio, el simulacro
de la muerta hermosura. La mirada
dulce, que hacía temblar si, como ahora,
se fijaban en otro; el labio, donde
el placer derramábase
cual de urna llena; el cuello, circuído
ya de deseo; la amorosa mano,
que a menudo, al posarse,
sintió helada la mano que oprimía,
y el seno, ante el que todos
se tornaban visiblemente pálidos,
fueron un tiempo; huesos
y fango eres ahora;
visión tan triste oculta hoy una piedra.

A eso reduce el hado
a aquello que creímos la más viva
imagen celestial. Misterio eterno
de nuestra vida. Inenarrable fuente
de excelsos pensamientos y sentires,
hoy triunfa la belleza,
y parece, cual llama
de natura inmortal en este yermo,
de altísimos destinos,
de afortunados reinos y áureos mundos
esperanza segura
dar al mortal estado;
mañana leve fuerza
en abyecto, soez y abominable
trocará a lo que tuvo
casi angélico aspecto,
y también de las mentes
desaparece aquello
que admirable concepto suscitaba.

Deseos infinitos
y soberbias visiones
crea en el pensamiento
por natural virtud, docta armonía,
y por un deleitoso mar, arcano
yerra el humano espíritu
como por divertirse
osado nadador por el océano;
mas si un discorde acento
hiere el oído, en nada
se torna aquel edén en un instante.

Natura humana, ¿cómo,
si polvo y sombra eres,
si eres frágil y vil, sientes tan alto?
Si gentil todavía,
¿por qué el más digno de tu pensamiento
55 es así de liviano
y origen de razones despreciables?

Versión de Diego Navarro

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