Hoy he besado a un hombre hechura de la tierra,
elemental,
agreste,
sin linaje ni aroma.
Capricho en el desgaste de una tarde cualquiera.
¡Dura carne de cobre para mi carne ardía.
Y aconteció, tan cierto, el regreso a la orilla
donde todo comienza:
la tierra, su inocencia,
y dos seres que aprenden el estupor de un niño
cruzando el lento abismo.
Obediencia de arcilla perpleja y clamorosa
horneada en el oscuro
resplandor del deseo.
El mundo en perspectiva, y el ojo de los astros
miro, visión del Génesis, los cuerpos anudados.
Y mientras Dios gestaba
la rosa, los metales,
la curva de los montes, los ríos iniciales,
un gemido y un canto de agonía deleitosa
diseñaron los sauces y el primer ruiseñor,
e inmersa en la fragante destilación del sexo
halló el mar tumultuoso
su vocación salina.