(20 de septiembre de 336 a. de J. C.)
A veces pude llamarte Maestro.
Olías a barro sudoroso
Aquellas tardes ennoblecidas
Por el humo del sacrificio.
Te pregunté por el destino
Y tus ojos chocaron
Saltando chispas.
Mi mente debe ser
Una gran hoguera.
Filipo el desgraciado me dijo:
‘Busca hijo mío
Un reino igual a ti
Porque en Macedonia no cabes’.
Yo te digo a ti
Oh sabio
Un discurso no vale más que una razón.
Ya ves en cambio
Cien ciudades siempre valdrán
Más que una.
¿No reconforta la nueva máscara de esta gira
la fijeza de tus días?
Cometes imprudencia irreparable
A mis ojos
Impartiendo conocimiento
Como se reparte lanza.
¿De quién me diferencio ahora?
Si antes abracé el conocimiento con fervor
Ahora abrazo la batalla.
No volverán los días
Cuando tu mano era propicia
Como al luto el silencio.